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Civilización Decadente

La Sociedad Racionalista y del Progreso Solo Trae Malestar

http://planetaconciencia.blogspot.com/2010/08/infelicidad-global.html

 

 

La economía de mercado ha generado un gran bienestar material en los países en los que se haya plenamente establecida, es cierto. Pero, ¿qué precio estamos pagando por este bienestar que sólo es material? ¿Puede aportar el bienestar material por sí sólo la felicidad y el bienestar existencial al que aspiramos todos los seres humanos?


“Europa conoce una muy fuerte prevalencia de los desequilibrios mentales. De los 880 millones de habitantes que cuente la Región europea, se estima alrededor de 100 millones el número de personas afectadas por la ansiedad y la depresión; más de 21 millones de personas sufren problemas relacionados con el abuso del alcohol…


…En la Región, los trastornos neuropsiquiátricos constituyen la segunda gran causa de enfermedad después de las enfermedades cardiovasculares… La depresión sola es la tercera causa de enfermedad por importancia, es decir, un 6,2 del total de las enfermedades… Cinco de los quinces principales factores que contribuyen a las enfermedades crónicas son de origen mental. En gran número de países europeos, los problemas de salud mental son responsables del 35 al 45 % del absentismo laboral…


En cuanto al suicidio, nueve de los países que presentan las tasas más elevadas de suicidio en el mundo se encuentran de hecho en la Región europea. Según los datos disponibles más recientes, alrededor de 150.000 personas (el 80 % de ellas son varones) se suicidan cada año en Europa. El suicidio es una de las principales causas ocultas de muerte en los jóvenes, ocupando tan solo el segundo lugar en importancia después de los accidentes de circulación entre los 15 y los 35 años…” (1)


Dokushô Villalba
De "Zen en la plaza del mercado". Aguilar, 2008.

Robotización Alienante

Los objetos que nos aman tanto


Desde el estallido del mundo informático –Internet, la Web, el teléfono celular, etc.--, tenemos una comunicación amplísima y fluida, pero cualitativamente superficial y hasta ligera. Hace cincuenta años, no más, se vivía alrededor de una familia, las amistades, el vecindario y el trato con “los objetos” era relativamente poco importante.  La sociedad de consumo puso patas arriba las relaciones humanas y la forma de vivir nuestra cotidianidad.  Aquí algunas agudas observaciones del ensayista Vicente Verdú.


Los objetos que nos aman tanto



Vicente Verdú / Periodista y escritor español
Entre sus obras figuran: El planeta americano, Días sin fumar y Héroes y villanos de Anagrama, China Superstar de Aguilar, Señoras y señores de Espasa. Escribe regularmente en El País.


Ahora conectamos con cientos de nombres a través del móvil pero sin grandes vinculaciones. No sólo el anhelante movimiento hacia la compañía del objeto resultaría recomendable desde un punto de vista clínico sino que demuestra, en una época de consumo especialmente elocuente, la importante función de los objetos en el estado de nuestro espíritu, en nuestro equilibrio psicológico y en la existencia cotidiana general.

Hasta hace medio siglo el modo de vida daba oportunidad para vivir densamente cerca de muchas personas -en la familia extensa, en el vecindario conocido, en las amistades recias y duraderas- y, en cambio, se pasaba con pocos y simplificados objetos. Ahora, en cambio, nos comunicamos densamente con muchas menos personas y, por el contrario, convivimos con un número incomparablemente mayor de objetos.
Ahora conectamos con cientos de nombres a través del móvil, el chat, las web sociales, pero sin grandes vinculaciones ni largos periodos de duración. Con los objetos viene, en efecto, a suceder algo similar, pero lo decisivo en este caso es que el déficit de compañía personal sin fácil solución en el universo de las personas, se suple con la cuantiosa incorporación narcisista de los objetos, metamorfoseados en amables reflejos de sí mismo. Los objetos no son nunca lo mismo que los sujetos (aunque los objetos son ya propiamente "subjetos") pero resultan incomparablemente más susceptibles de mantenerse al lado y se comportan en el trato con una condescendencia infinita. Y no se trata tan sólo de aquellos objetos que, instalados en la habitación desde tiempo atrás, vienen a ofrecernos un hálito de seguridad, identidad y amparo con su presencia. Se trata aquí del objeto recién adquirido y siempre inquietante, que transporta consigo una inédita porción de amor y, en ocasiones, un amor transgresor e imprevisto, a la manera de una anécdota picante en la reiteración de los días. Con este objeto nuevo puede parecer, a primera vista, que es el sujeto quien crea la totalidad de la peripecia amorosa y que el objeto sólo se deja hacer.

La verdad, la verdad excitante, sin embargo, radica en que también el objeto  acciona, ama, exclama y trasgrede. El efecto positivo que el sujeto deprimido, o no, experimenta a través de una compra caprichosa no es resultado de la  exclusiva fantasía del receptor sino también de la actitud del objeto que lejos  de ser sólo un placebo, mundo, sordo y quieto, desempeña un mágico papel activo.

El objeto rezuma su amor propio cuando constata que se le atiende; el objeto es elegido por el sujeto y en ese momento de su selección, transmite como respuesta su adhesión o su rechazo, su inaccesibilidad o su entrega. De esta dialéctica amorosa, desde el sujeto al objeto y del objeto al sujeto, se genera una gimnasia emocional de notables efectos internos. El comprador o la compradora, con la autoestima eventualmente baja, halla en este episódico romance un lazo donde recrece el desafío y la redondez del yo. ¿Una monstruosidad? Una tonante obviedad.

Porque ¿cómo negar que el mundo en donde vivimos se compone cada vez más no de seres humanos, animales o plantas que nos importan sino de una boyante especie de objetos bellísimos y, a menudo, tan seductores y complacientes que la existencia iría apagándose si, como los más obstinados proponen, desaparecieran o los ahuyentaran de nuestro alrededor?

 

La Crisis del Egocentrismo

Crisis del ego

 

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La economía global era como un gigante sonámbulo, que avanzaba a grandes zancadas sin saber a dónde iba.

 

Lo que ha entrado en crisis no es solo el neoliberalismo, ni siquiera el capitalismo. Podríamos decir que ha entrado en crisis el economicismo, la visión del mundo que considera la economía como el elemento clave de la sociedad y el bienestar material como clave de la autorrealización humana.

El economicismo es común al capitalismo y el marxismo, y durante mucho tiempo a la mayoría de nosotros nos pareció de sentido común —pero hubiera sido considerado un disparate o una aberración por la mayoría de las culturas que nos han precedido, que generalmente veían la clave de su universo en elementos más intangibles, culturales, religiosos o éticos.

En el fondo, sin embargo, no sólo ha entrado en crisis el economicismo, porque la crisis actual es sistémica y no sólo económica. Tiene una clara dimensión ecológica (pérdida de biodiversidad, destrucción de ecosistemas, caos climático), pero también hay crisis desde hace tiempo en la vida cultural, social y personal. La sociedad, los valores, los empleos y hasta las relaciones de pareja se han ido volviendo cada vez menos sólidos y más líquidos, en la acertada expresión del sociólogo Zygmunt Bauman. Disminuyen las certezas y crece la incertidumbre en múltiples ámbitos, incluso en las teorías científicas que en vez de volverse cada vez más simples y generales se vuelven más parciales y complicadas.

Lo que finalmente ha entrado en crisis es el ego moderno, toda una forma de estar en el mundo basada en un complejo de creencias que inconscientemente compartíamos

Vivimos una crisis sistémica, que habíamos conseguido ignorar porque el crecimiento de la economía nos hechizaba con sus cifras sonrientes y porque los goces o promesas del consumo sobornaban nuestra conciencia. Pero el espejismo del crecimiento económico ilimitado se desvanece y de repente nos damos cuenta de que no podemos seguir ignorando la crisis ecológica, la crisis de valores, la crisis cultural. Tenemos cantidades ingentes de información, centenares de teorías y muchas respuestas, pero la mayoría sirven de muy poco ante las nuevas preguntas. Lo que ha entrado en crisis es toda la visión moderna del mundo, que de repente se nos aparece obsoleta y pide urgentemente ser reemplazada por una visión transmoderna, más fluida, holística y participativa.

Una visión del mundo no es una simple manera de ver las cosas. Determina nuestros valores, dicta los criterios para nuestras acciones, impregna nuestra experiencia de lo que somos y hacemos. En el fondo podríamos decir que lo que finalmente ha entrado en crisis es el ego moderno, toda una forma de estar en el mundo basada en un complejo de creencias que inconscientemente compartíamos. Por ejemplo, que el ser humano es radicalmente diferente y superior al resto del universo. O que cada ser humano es también radicalmente diferente de los demás, contra los que ha de competir para prosperar. O que el universo es básicamente inerte y se rige por leyes puramente mecánicas y cuantificables. El ego moderno se siente como un fragmento aislado en un universo hostil, y de su miedo interior nace su necesidad de certeza y seguridad, de objetivar y cuantificar, de clasificar y codificar, de competir y consumir.

Pero el ego moderno no puede ser sustituido por un ego transmoderno, porque no hay tal cosa. La crisis nos invita (o nos acabará obligando) a ir más allá del ego y a descubrir que nuestra identidad es en el fondo relacional, que no estamos aislados sino que cada persona y cada ser es una ola en un océano de relaciones en el que todos participamos y en el que también fluyen la sociedad, la naturaleza y el cosmos.

Por ello la crisis no sólo es una oportunidad para avanzar hacia economías y sociedades que sean más justas, sostenibles y plenamente humanas. También es una alarma que ha saltado porque ya es hora de despertar. Porque la economía global era como un gigante sonámbulo, que avanzaba a grandes zancadas sin saber a dónde iba, sin saber lo que estrujaba bajo sus pies, inmerso en las ensoñaciones de una visión del mundo caduca. Por ello la crisis es como una vigorizante ducha fría. Una oportunidad para despertar.

La Pobreza Del Ocaso De Las Ideologías

Lo que trajo el ocaso de las ideologías

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por Manuel Cruz

El problema sobreviene cuando la gente se emociona más ante los colores de su equipo de fútbol que ante el sufrimiento ajeno. Y es aquí donde, por desgracia, parece que ya estamos .

En otro momento histórico, no demasiado lejano, espectáculos como los que tuvieron lugar el pasado mes de julio, con afamados futbolistas convocando multitudes ante el anuncio de su mera presentación como nuevos jugadores de un determinado club, hubiera provocado una catarata de críticas, prácticamente todas construidas sobre el mismo argumento. Tales espectáculos, se hubiera denunciado, constituían la manifestación descarnada de la eficacia de los instrumentos de alienación de nuestra sociedad, que provocan que los individuos aparten su atención de las dimensiones de su vida realmente importantes y las sustituyan por una existencia imaginaria que satisface, también de manera imaginaria, todas aquellas aspiraciones, sueños y anhelos que el mundo real no hace otra cosa que frustrar. Pero este argumento -¡ay!- se apoyaba en una categoría que entró en crisis (desde el punto de vista de su influencia) junto con el pensamiento marxista, a cuya matriz discursiva pertenecía. Me refiero a la categoría de ideología. En efecto, si algo se reitera hoy por doquier es precisamente que lo más característico de nuestra época en materia de ideas es precisamente el final de las ideologías. El concepto de ideología designa, en realidad, dos acepciones diferentes. Por un lado, lo utilizamos, en el sentido menos riguroso, para designar un conjunto de ideales (es el caso de cuando nos servimos de expresiones como "la ideología comunista", "la ideología liberal", "la ideología anarquista", etcétera), pero también, por otro, nos servimos de él para designar el mecanismo de un engaño social organizado, consecuencia de la opacidad estructural del modo de producción capitalista.

Pues bien, el ocaso de este segundo uso posibilita un meta-engaño, a saber, el de la transparencia de nuestra sociedad. Desactivado el mecanismo de la sospecha -como mucho sustituida por la metafísica del secreto, característica de las concepciones conspirativas de la historia- pueden circular, sin restricción alguna, cualesquiera discursos mistificadores o incluso intoxicadores. Tal vez el caso más flagrante, por la difusión que está obteniendo, sea el de los discursos de la autoayuda. En su libro On Anxiety, la socióloga eslovena Renata Salecl ha hecho sugestivas indicaciones sobre la señalada cuestión y, más en general, sobre ese modelo de vida, cada vez más difundido en nuestros días, según el cual uno debe gestionar la propia existencia con los mismos criterios con los que gestionaría su empresa (si la tuviera). Conviene subrayar que lo más relevante del texto no es tanto la premisa, sobradamente conocida (ya en su obra, de 1974, Anarchy, State and Utopia, Nozick había escrito aquello de que "toda persona es una empresa en miniatura"), como la consecuencia que de ella extrae: asumirnos como dueños de nuestra propia empresa vital en un mundo como éste (en el que los individuos han perdido la posibilidad de incidir en el desarrollo social y político de la sociedad en la que viven) acaba siendo fuente inexorable de ansiedad y frustración.

Pero el ocaso de las ideologías en el segundo sentido -el de mecanismo de ocultación de la verdadera naturaleza de nuestra realidad- también ha generado otros efectos, de diferente tipo. Cuando se da por supuesta la transparencia, la inmediatez entre conocimiento y mundo, desaparece la crítica en tanto que instancia tutelar, articuladora -conformadora- de la sospecha. Si se generaliza la afirmación de que las cosas son tal y como aparecen, de que la realidad no esconde su signo, desaparece la posibilidad de apelar críticamente a la hora de explicar lo que pasa a presuntas instancias (como la estructura profunda de la sociedad capitalista) que desarrollarían su actividad desde la sombra.

Este proceso afecta directamente a la percepción que los individuos tienden a tener de sí mismos. Porque es en el interior de este marco donde se inscribe la deriva -asimismo lábil- que están siguiendo las actuales formas de la subjetividad o, si se prefiere, las configuraciones actuales de la individualidad. Es cierto que hoy asistimos a crecientes demandas de singularidades subjetivas o de autonomía (por ejemplo, en el ámbito de los derechos civiles), pero no es menos cierto que, como han señalado, entre otros, Deleuze-Guattari, se está produciendo una reterritorializacion conservadora de los deseos a favor del beneficio comercial, de tal forma que la aparente y enfática afirmación del individualismo como la norma indiscutiblemente deseable, encubriría la operación de reducir a dicho individuo a mero consumidor, y su mundo de objetos, a nombres de marcas y a logotipos. Se llevaría a cabo de esta forma una reformulación del cogito cartesiano en los nuevos términos de un "compro, luego existo".

A la vista de esto último tenemos derecho a sospechar hasta qué punto aquellas demandas de singularidades subjetivas o de autonomía tienen mucho (no todo, obviamente) de inducidas, esto es, en qué medida son la forma actual, siempre provisoria, de un constructo. Un constructo que, a la luz de las premisas acerca del presente que acabamos de dibujar a grandes trazos, no podrá aspirar a adornarse con algunas de las determinaciones con las que se adornaban sus precursores. Difícilmente, en nuestras circunstancias, podrá reivindicarse forma alguna de subjetividad unitaria, compacta, inequívoca (del tipo persona humana de hace no tanto). Es probable que lleven razón quienes, como Rosi Braidotti (Transposiciones), consideran que estamos abocados a una visión nómada, dispersa, fragmentada que, sin embargo, sea funcional, coherente y responsable, principalmente porque está encarnada y corporizada (y a este último hecho no en vano se le está concediendo una enorme importancia en la reflexión filosófico-política de los últimos años, aunque hay que puntualizar que, algunas décadas antes de la generalización de los discursos acerca de la biopolítica, el Merleau-Ponty de la Fenomenología de la percepción ya enfatizaba la importancia de la facticidad corporal, del a priori carnal, por utilizar su propia expresión).

Si no estuviéramos demasiado atenazados por las palabras (o, peor aún, por los rótulos)…

 

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EL AMOR EN TIEMPOS DE CRISIS

 

Publicado también en Argentina Indymedia. Copyleft absoluto.

El amor capitalista-consumista está en declive. Ese amor tan minimizado a las funciones sexuales y a las hormonas de las parejas. Es el amor superficial y vacío que aparece en la propaganda y publicidad de todos los productos y servicios. Es el amor de los shoppings, de la televisión, de los viajes turísticos y de los chocolates y las flores.



SE MATÓ EL OSITO PORQUE NO PUDO IR AL SHOPPING A HACER SUS COMPRAS DE ENAMORADO!!!

 

Es el amor también de los científicos que, sin saber contextualizar sus investigaciones, reducen la experiencia amatoria en unas cuantas hormonas que duran unos pocos años (oxitocina y otras más) Estos científicos, ingenuamente, bajo la bandera de la supuesta “neutralidad” de la ciencia, exponen estudios que si bien son físicamente ciertos, no son nada neutrales en el contexto cultural actual.

La cultura única, hegemónica e impuesta de los países más poderosos ha reducido al amor a una banal experiencia de comprar cosas que nada tienen que ver con la experiencia del verdadero amor.

Esta cultura encuentra su día sagrado el 14 de febrero de cada año. Se basa fundamentalmente en que quien tiene dinero y riquezas es el buen amante, el mejor amante. Esta cultura tiene una base biológica y animal, es cierto, pero se supone que el ser humano sigue evolucionando y su mayor evolución es mental y cultural.

Durante el tiempo del romanticismo artístico, en el siglo XIX, se idealizaba al amor, por su puesto, una idealización alejada de la realidad de las parejas de esa época (cuando la mujer no tenía derechos y vivía sometida totalmente al hombre) Hoy, hasta ahora, se ha pasado al otro extremo, el amor ha pasado a ser un producto más de mercado, reducido mayormente al sexo, pero a un sexo muy animal, donde las mujeres son hembras y los hombres machos.

La realidad de las estadísticas es peor, la mayoría de los matrimonios o terminan en divorcio y separaciones, o terminan en la muy común violencia doméstica; cuando la mujer no se puede separar del hombre porque es muy pobre para ello. Encima a ello se agrega la falta total de control de la natalidad en países como Paraguay.

Luego está la moda de los videos caseros porno, la forma común de que las chicas se vuelvan hembras famosas o superhembras y los muchachos se vuelvan más machos. Ni los perros en la calle tienen sexo en forma tan descontrolada.

Pero la crisis está aumentando porque las nuevas generaciones están creciendo con la idea del amor reducido a un regalo y a comprar cosas. Un tipo de amor que excluye a la mayoría de los jóvenes, porque, generalmente, es el varón el que debe comprar regalos y la mujer esperar.

Así la realidad es que, en una sociedad donde la mayoría es pobre, las chicas terminan fijándose en los muchachos que tienen dinero, que casi siempre son hijos del poder mafioso que gobierna el país, si este también es colonia económica-financiera de países ricos. Pocos muchachos ricos, muchas chicas humildes, así se forman verdaderos harenes donde la mujer termina siendo una muñeca sin amor. Pero al parecer estadísticamente estos casos no son la mayoría, de lo contrario ya solo habrían pocos casamientos al año. En países con poca pobreza la realidad está reducida a ir de compras, a eso se resume el amor.

En los casos en que una chica se fija en un muchacho de su misma condición socioeconómica, las hormonas y la falta de una educación emocional los llevan a apurarse en un matrimonio nada bien pensado. El matrimonio no es para los enamorados, sino para los que usan la cabeza con el corazón y piensan muy bien varias veces antes de formar una familia.

Por supuesto, aquí está la idea central de este texto: El amor que se basa en regalos y perfumes está entrando en crisis, porque el capitalismo está en crisis, de esta manera se abre de nuevo la posibilidad de un amor basado en la inteligencia emocional, en la reflexión y el diálogo maduros antes que en la pura pasión y las hormonas; que hacen al tipo de amor superficial que se promociona el día de los enamorados. La crisis actual es la oportunidad de rehacer la relación amorosa basada más en lo que se llama espiritualidad y decencia antes que en los regalos.

Hagamos del 14 de Febrero el día del amor y no del de los enamorados que no usan su cabeza y compran solo por comprar. Que ese día nos ayude a recuperar esos valores que nos permiten pensar mejor, razonar y aprender a reflexionar sobre nuestras emociones y la necesidad de calcular mejor lo que haremos. Así lograremos vivir mejor el amor.

Alejandro Sánchez

 

 

 

 

 

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