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Leonardo Boff

Revivir La Dimensión Mística









 

 

Despertar la dimensión chamánica

 

 

 

La categoría sostenibilidad, tomada en su sentido amplio y no reducida solo al desarrollo, abarca toda acción enfocada a mantener a los seres en la existencia, porque tienen derecho a coexistir con nosotros, y sólo a partir de esta convivencia utilizamos, con sobriedad y respeto, una parte de ellos para atender nuestras necesidades, preservándolos también para las generaciones futuras.

Dentro de esta concepción cabe también el Universo. Hoy sabemos por la nueva cosmología que estamos hechos de polvo de estrellas y nos sostiene y pasa por nosotros la misteriosa Energía de Fondo que alimenta todo y que se desdobla en las cuatro fuerzas –la gravitatoria, la electromagnética, la nuclear fuerte y la débil– que, actuando siempre juntas, nos mantienen así como somos.

Como seres conscientes e inteligentes tenemos nuestro lugar y nuestra función dentro del proceso cosmogénico. Si no somos el centro de todo, seguramente somos una de esas puntas avanzadas por las cuales el universo se vuelve sobre sí mismo, es decir, se vuelve consciente. El principio antrópico débil nos permite decir que, para ser lo que somos, todas las energías y procesos de la evolución se organizaron de forma tan articulada y sutil que hicieron posible nuestra aparición. En caso contrario, yo no estaría ahora escribiendo aquí.

A través de nosotros, el universo y la Tierra se ven y se contemplan a sí mismos. La capacidad de ver surgió hace 600 millones de años. Hasta entonces la Tierra era ciega. El cielo profundo y estrellado, las cataratas de Iguaçu, donde me encuentro ahora, el verdor de las selvas de aquí al lado, no se podían ver. A través de nuestra vista, la Tierra y el universo pueden ver toda esta indescriptible belleza.

Los pueblos originarios, de los andinos a los samis del ártico, se sentían unidos al universo, como hermanos y hermanas de las estrellas, formando una gran familia cósmica. Nosotros hemos perdido ese sentimiento de pertenencia mutua. Ellos sentían que las fuerzas cósmicas equilibraban el curso de todos los seres y actuaban en su interior. Vivir en consonancia con estas energías fundamentales era llevar una vida sostenible y llena de sentido.

Sabemos por la física cuántica que la conciencia y el mundo material están conectados y que la manera que un científico escoge para hacer su observación afecta al objeto observado. Observador y objeto observado se encuentran indisolublemente ligados. De ahí que la inclusión de la conciencia en las teorías científicas y en la propia realidad del cosmos es un dato ya asimilado por gran parte de la comunidad científica. Formamos, efectivamente, un todo complejo y diversificado.

Son conocidas las figuras de los chamanes, tan presentes en el mundo antiguo y que hoy están volviendo con renovado vigor, como lo ha mostrado el físico cuántico P. Drouot en su libro El chamán, el físico y el místico (Vergara 2001) que tuve el honor de prologar. El chamán vive un estado de conciencia singular que lo hace entrar en contacto íntimo con las energías cósmicas. Entiende la llamada de las montañas, de los lagos, de los bosques y selvas, de los animales y de los seres humanos. Sabe conducir tales energías para fines curativos y para armonizarlas con el todo.

En el interior de cada uno de nosotros existe escondida la dimensión chamánica. Esa energía chamánica nos hace quedar en silencio ante la grandeza del mar, vibrar con la mirada de otra persona, estremecernos ante un recién nacido. Necesitamos liberar esta dimensión chamánica en nosotros para entrar en sintonía con todo lo que nos rodea y sentirnos en paz.

Nuestro deseo de viajar con las naves espaciales por el espacio cósmico, ¿no será tal vez el deseo arquetípico de buscar nuestros orígenes estelares y el ímpetu de regresar al lugar de nuestro nacimiento? Varios astronautas expresaron ideas semejantes. Esta incontenible búsqueda nuestra de equilibrio con todo el universo y de sentirnos parte del universo pertenece a la noción inteligible de la sostenibilidad.

La sostenibilidad lleva consigo la valoración de este capital humano y espiritual cuyo efecto es producirnos respeto y sentido de sacralidad ante todas las realidades, valores estos que alimentan la ecología profunda y que nos ayudan a respetar y a vivir en sintonía con la Madre Tierra. Hoy se hace urgente esta actitud para moderar la fuerza destructiva que en las últimas décadas se ha apoderado de nosotros.

 

 

Leonardo Boff

Educar Para Celebrar La VIDA

 

Educar para celebrar la vida y la Tierra   


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Leonardo Boff

 

  Dada la crisis generalizada que vivimos actualmente, todas las educaciones deben incluir el cuidado de todo lo que existe y vive. Sin el cuidado, no garantizaremos una sostenibilidad que permita al planeta mantener su vitalidad, los ecosistemas, su equilibrio, y nuestra civilización, su futuro. Nos educan para el pensamiento crítico y creativo, para tener una profesión y un buen nivel de vida, pero nos olvidamos de educar en la responsabilidad y en el cuidado del futuro común de la Tierra y de la Humanidad. Una educación que no incluya el cuidado demuestra ser alienada e irresponsable. Los analistas más serios de la huella ecológica de la Tierra nos advierten que, si no cuidamos, podemos conocer catástrofes peores que las vividas este año de 2011 en Brasil y en Japón. Para mantenerse, la Tierra podrá, tal vez, tener que reducir su biosfera, eliminando especies y millones de seres humanos.

 

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Entre tantas excelencias propias del concepto de cuidado, quiero hacer hincapié en dos que interesan a la nueva educación: la integración del globo terrestre en nuestro imaginario cotidiano y el encantamiento por el misterio de la existencia. Cuando contemplamos el planeta Tierra desde el espacio exterior, surge en nosotros un sentimiento de reverencia al ver nuestra única Casa Común. Somos inseparables de la Tierra, formamos un todo con ella. Sentimos que debemos amarla y cuidarla para que nos pueda ofrecer todo lo que necesitamos para seguir viviendo.

 

La segunda excelencia del cuidado como actitud ética y forma de amor es el encantamiento que surge en nosotros por la aparición más espectacular y bella que jamás ha existido en el mundo, que es el milagro de la existencia de cada persona humana individual. Los sistemas, las instituciones, las ciencias, las técnicas y las escuelas no tienen lo que cada persona humana posee: conciencia, amorosidad, cuidado, creatividad, solidaridad, compasión y sentimiento de pertenencia a un Todo mayor que nos sustenta y anima, realidades que constituyen nuestra Profundidad.

Seguramente no somos el centro del universo. Pero somos los seres portadores de conciencia y de inteligencia, por los cuales el universo se piensa, se conciencia y se ve a sí mismo en su espléndida complejidad y belleza. Somos el universo y la Tierra que ha llegado a sentir, a pensar, a amar y a venerar. Esta es nuestra dignidad que debe ser interiorizada y que debe ser imbuida a cada persona de la nueva era planetaria.

 

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Tenemos que sentirnos orgullosos de poder desempeñar esta misión para la Tierra y para todo el universo. Solamente cumplimos con esta misión si cuidamos de nosotros mismos, de los otros y de cada ser que habita aquí.

Tal vez pocos han expresado mejor estos nobles sentimientos que el eximio músico y también poeta Pau Casals. En un discurso en la ONU en los años 80 del siglo pasado, se dirigía a la Asamblea General pensando en los niños como el futuro de la nueva humanidad. Su mensaje vale también para nosotros, los adultos. Decía:

El niño tiene que saber que él mismo es un milagro, que desde el principio del mundo, jamás ha habido otro niño igual y que en todo el futuro, jamás aparecerá otro niño igual a él. Cada niño es único, desde el principio hasta el fin de los tiempos. Así el niño asume una responsabilidad al confesar: es verdad soy un milagro. Soy un milagro igual que el árbol es un milagro. Y siendo un milagro ¿podría hacer el mal? No, pues soy un milagro. Puedo decir Dios o Naturaleza, o Dios-naturaleza. Poco importa. Lo que importa es que soy un milagro hecho por Dios y hecho por la naturaleza. ¿Podría yo matar a alguien? No. No puedo. ¿Y otro ser humano, que también es un milagro como yo, podría matarme a mí? Creo que lo que estoy diciendo a los niños, puede ayudar a hacer surgir otro modo de pensar el mundo y la vida. El mundo de hoy es malo; sí, es un mundo malo. El mundo es malo porque no hablamos a los niños así como yo les estoy hablando ahora y de la manera que necesitan que les hablemos. Entonces el mundo no tendrá más razones para ser malo.

 

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Aquí se revela gran realismo: cada realidad, especialmente la humana, es única y preciosa, pero al mismo tiempo vivimos en un mundo conflictivo, contradictorio y con aspectos aterradores. Así y todo, hay que confiar en la fuerza de la semilla. Ella está llena de vida. Cada niño que nace es una semilla de un mundo que puede ser mejor. Por eso, vale la pena tener esperanza. Un paciente de un hospital psiquiátrico que visité, pirograbó en una tablilla que después me regaló: «Siempre que nace un niño es señal de que Dios todavía cree en el ser humano». No es necesario decir más, pues en estas palabras se encierra todo el sentido de nuestra esperanza frente a los males y las tragedias de este mundo.

 

Cuatro Principios y Cuatro Virtudes Para Una Nueva Civilización

 

 Frente a la crisis: cuatro principios y cuatro virtudes

Leonardo Boff

Goza de plena actualidad esta frase de Einstein: «el pensamiento que ha creado la crisis no puede ser el mismo que va a solucionarla». Es demasiado tarde para hacer sólo reformas, éstas no cambian el pensamiento. Necesitamos partir de otro pensamiento, fundado en principios y valores que puedan sustentar un nuevo ensayo de civilización. O si no, tendremos que aceptar un camino que nos lleva al precipicio. Los dinosaurios ya lo recorrieron.

Mi sentimiento del mundo me dice que hay cuatro principios y cuatro virtudes capaces de garantizar un futuro bueno para la Tierra y la vida. Aquí solamente voy a enunciarlos, sin espacio para profundizar en ellos, cosa que he hecho en varias publicaciones en los últimos años.

El primero es el cuidado. El cuidado es una relación de no agresión y de amor a la Tierra y a cualquier otro ser. El cuidado se opone a la dominación que caracteriza el viejo paradigma. El cuidado regenera las heridas pasadas y evita las futuras. Retarda la fuerza irrefrenable de la entropía y permite que todo pueda vivir y durar más. Para los orientales lo equivalente al cuidado es la compasión; por ella nunca se deja abandonado al que sufre; se camina, se solidariza y se alegra uno con él.

El segundo es el respeto. Cada ser posee un valor intrínseco, independientemente de su uso humano. Expresa alguna potencialidad del universo, tiene algo que revelarnos y merece existir y vivir. El respeto reconoce y acoge al otro como otro y se propone convivir pacíficamente con él. Ético es respetar ilimitadamente todo lo que existe y vive.

El tercero es la responsabilidad universal. Por ella, el ser humano y la sociedad se dan cuenta de las consecuencias benéficas o funestas de sus acciones. Ambos tienen que cuidar la cualidad de las relaciones con los otros y con la naturaleza para que no sean hostiles sino amigables hacia la vida. Con los medios de destrucción ya fabricados, la humanidad, por falta de responsabilidad, puede autoeliminarse y dañar la biosfera.

El cuarto principio es la cooperación incondicional. La ley universal de la evolución no es la competición en la que gana el más fuerte, sino la interdependencia de todos con todos. Todos cooperan entre sí para coevolucionar y para asegurar la biodiversidad. Por la cooperación de unos con otros, nuestros antepasados se volvieron humanos. El mercado globalizado está gobernado por la más rígida competición, sin espacio para la cooperación. Por eso, campean el individualismo y el egoísmo que subyacen a la crisis actual y que han impedido hasta ahora cualquier consenso posible frente a los cambios climáticos.

Estos cuatro principios deben venir acompañados de cuatro virtudes, imprescindibles para la consolidación del nuevo orden.

La primera es la hospitalidad, virtud primordial, según Kant, para la república mundial. Todos tenemos el derecho de ser acogidos, lo que se corresponde con el deber de acoger a los otros. Esta virtud será fundamental frente al flujo de los pueblos y los millones de refugiados climáticos que surgirán en los próximos años. No debe haber, como hay, extra-comunitarios.

La segunda es la convivencia con los diferentes. La globalización del experimento hombre no anula las diferencias culturales con las cuales tenemos que aprender a convivir, a intercambiar, a complementarnos y a enriquecernos con los intercambios mutuos.

La tercera es la tolerancia. No todos los valores y costumbres culturales son convergentes y de fácil aceptación. De ahí se impone la tolerancia activa de reconocer el derecho del otro de existir como diferente y garantizarle su plena expresión.

La cuarta es la comensalidad. Todos los seres humanos deben tener acceso solidario y suficiente a los medios de vida, y seguridad alimentaria. Deben poder sentirse miembros de la misma familia que comen y beben juntos. No sólo es la nutrición necesaria, se trata de un rito de confraternización.

Todos los esfuerzos serán en balde si la Río+20 de 2012 se limita solamente a discutir medidas prácticas para mitigar el calentamiento global, sin discutir otros principios y valores que pueden generar un consenso mínimo entre todos y dar así sostenibilidad a nuestra civilización. En caso contrario, la crisis continuará su acción corrosiva hasta transformarse en una tragedia. Tenemos medios y ciencia para alcanzar esta sostenibilidad. Sólo nos falta voluntad y amor a la vida, la nuestra y la de nuestros hijos y nietos. Que el Espíritu que preside la historia no nos falte.

Aún Se Puede Vivir La Espiritualidad Cristiana Más Allá de la Iglesia-Institución

El artículo de Boff es bastante duro, mas no deja de ser veraz, hay mucho alejamiento de las iglesias cristianas por la conservación de una teología y práctica espiritual anticuada en muchos aspectos; si bien se refiere en específico a la Iglesia Católica, también es aplicable a las demás iglesias cristianas. Desde mi perspectiva es bastante duro el artículo y quizás exagerado así, aunque veraz en algunos aspectos. La Fe siempre tiene que renovarse, si no se renueva no va con la esencia del evangelio, que siempre es renovador, como lo fue Jesucristo al ir más allá de las leyes religiosas judías. El Amor no se puede aprisionar en dogmas para siempre, debe ser guiado por principios trascendentes que orienten y guíen, no por imposiciones que cierren toda alternativa vivencial.

Alejandro Sánchez

 

 
Un aliento para los decepcionados con la Iglesia   

  Actualmente hay mucha decepción con la Iglesia Católica institucional. Se está dando una doble emigración: una exterior, personas que abandonan sencillamente la Iglesia, y otra interior, las que permanecen en ella pero no la sienten ya como un hogar espiritual. Continúan creyendo a pesar de la Iglesia.

No es para menos. El papa actual ha tomado algunas iniciativas radicales que han dividido el cuerpo eclesial. Ha asumido un camino de confrontación con dos importantes episcopados, el alemán y el francés, al introducir la misa en latín; ha articulado una reconciliación rebuscada con la Iglesia de los seguidores de Lebfrevre; ha vaciado las principales intuiciones renovadoras del Concilio Vaticano II, especialmente el ecumenismo, negando absurdamente el título de «Iglesia» a las Iglesias que no sean la Católica y la Ortodoxa; siendo cardenal se mostró gravemente permisivo con los pedófilos; su relación con el sida roza los límites de lo inhumano.

La Iglesia Católica actual se ha sumergido en un invierno riguroso. La base social de apoyo al modelo anticuado del actual papa está formada por grupos conservadores, más interesados en las realizaciones mediáticas, en la lógica del mercado, que en proponer un mensaje adecuado a los graves problemas actuales. Ofrecen un «cristianismo-lexotán» apto para calmar conciencias angustiadas, pero alienado frente a la humanidad sufriente.

Urge animar a estos cristianos en vías de emigración con lo que es esencial en el cristianismo. No lo es seguramente la Iglesia, que no fue objeto de la predicación de Jesús. Él anunció un sueño, el Reino de Dios, en contraposición al Reino de César; Reino de Dios que representa una revolución absoluta de las relaciones, desde las individuales hasta las divinas y cósmicas.

El cristianismo apareció primeramente en la historia como movimiento y como el camino de Cristo. Es anterior a su sedimentación en los cuatro evangelios y en las doctrinas. El carácter de camino espiritual significa un tipo de cristianismo que posee su propio curso. Generalmente vive al margen y, a veces, a distancia crítica de la institución oficial. Pero nace y se alimenta de la fascinación permanente de la figura y el mensaje libertario y espiritual de Jesús de Nazaret. Inicialmente considerado como «herejía de los Nazarenos» (Hechos 24,5) o simplemente «herejía» (Hechos 28,22) en el sentido de «grupillo», el cristianismo fue adquiriendo autonomía hasta que sus seguidores, según los Hechos de los Apóstoles (11,36), fueron llamados «cristianos».

El movimiento de Jesús es ciertamente la fuerza más vigorosa del cristianismo, más que las Iglesias, por no estar encuadrado en instituciones ni aprisionado en doctrinas y dogmas. Está compuesto por todo tipo de gente, de las más variadas culturas y tradiciones, hasta por agnósticos y ateos que se dejan tocar por la figura valiente de Jesús, por el sueño que anunció, un Reino de amor y de libertad, por su ética de amor incondicional, especialmente a los pobres y a los oprimidos, y por la forma como asumió el drama humano, en medio de humillaciones, torturas, y su ejecución en la cruz. Presentó una imagen de Dios tan íntima y amiga de la vida que es difícil prescindir de ella hasta por quien no cree en Dios. Mucha gente dice: «si existe Dios, tiene que ser como el Dios de Jesús».

Este cristianismo como camino espiritual es lo que realmente cuenta. Sin embargo, de ser un movimiento pasó muy pronto a ser una institución religiosa con varios modos de organización. En su seno se elaboraron las distintas interpretaciones de la figura de Jesús que se transformaron en doctrinas y fueron recogidas por los evangelios oficiales. Las Iglesias, al asumir carácter institucional, establecieron criterios de pertenencia y de exclusión, doctrinas como referencia identitaria y ritos de celebración propios. Quien explica tal fenómeno es la sociología, no la teología. La institución vive siempre en tensión con el camino espiritual. Lo óptimo es que caminen juntos, pero eso es raro. Lo decisivo es, en todo caso, el camino espiritual. Éste tiene futuro y anima el sentido de la vida.

El problema de la Iglesia romano-católica es su pretensión de ser la única verdadera. Lo correcto es que todas se reconozcan mutuamente, pues todas ellas revelan dimensiones diferentes y complementarias del mensaje del Nazareno. Lo importante es que el cristianismo mantenga su carácter de camino espiritual. Él puede sustentar a tantos cristianos y cristianas frente a la mediocridad e irrelevancia en la que ha caído la Iglesia actual.

 

 

Leonardo Boff

Superar El Complejo de Dios del Antropocentrismo y el Racionalismo

 

El «complejo de Dios» de la modernidad  

 

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Leonardo Boff, teólogo

La crisis actual no es solo una crisis de escasez creciente de recursos y de servicios naturales. Es fundamentalmente la crisis de un tipo de civilización que ha colocado al ser humano como «señor y dueño» de la naturaleza (Descartes). Ésta, para él, no tiene espíritu ni propósito y por eso puede hacer lo que quiera con ella.

Según el fundador del paradigma moderno de la tecnociencia, Francis Bacon, el ser humano debe torturarla hasta que nos entregue todos sus secretos. De esta actitud se ha derivado una relación de agresión y de verdadera guerra contra la naturaleza salvaje que debía ser dominada y «civilizada». Surgió así también la proyección arrogante del ser humano como el «Dios» que domina y organiza todo.

Debemos reconocer que el cristianismo ayudó a legitimar y a reforzar esta comprensión. El Génesis dice claramente: «llenad la Tierra y sujetadla y dominad sobre todo lo que vive y se mueve sobre ella» (1,28). Después se afirma que el ser humano fue hecho «a imagen y semejanza de Dios» (Gn 1,26). El sentido bíblico de esta expresión es que el ser humano es lugarteniente de Dios, y como Éste es el señor del universo, el ser humano es el señor de la Tierra. Él goza de una dignidad que es solo suya: la de estar por encima de los demás seres. De aquí se generó el antropocentrismo, una de las causas de la crisis ecológica. Finalmente, el monoteísmo estricto suprimió el carácter sagrado de todas las cosas y lo concentró sólo en Dios. El mundo, al no poseer nada de sagrado, no necesita ser respetado. Podemos modelarlo a nuestro gusto. La moderna civilización de la tecnociencia ha ocupado todos los espacios con sus aparatos y ha podido penetrar en el corazón de la materia, de la vida y del universo. Todo venía envuelto con el aura del «progreso», una especie de recuperación del paraíso, en otro tiempo perdido, pero ahora reconstruido y ofrecido a todos.

Esta visión gloriosa empezó a derrumbarse en el siglo XX con las dos guerras mundiales y otras coloniales que produjeron doscientos millones de víctimas. Cuando se perpetró el mayor acto terrorista de la historia, las bombas atómicas lanzadas sobre Japón por el ejército estadounidense, que mataron a miles de personas y destruyeron la naturaleza, la humanidad se llevó un susto del cual no se ha repuesto hasta hoy. Con las armas atómicas, biológicas y químicas construidas después, nos hemos dado cuenta de que no necesitamos a Dios para hacer realidad el Apocalipsis.

No somos Dios y querer serlo nos lleva a la locura. La idea del hombre queriendo ser «Dios» se ha transformado en una pesadilla. Pero él se esconde todavía detrás del «tina» (there is no alternative) neoliberal: «no hay alternativa, este mundo es definitivo». Ridículo. Démonos cuenta de que «el saber como poder» (Bacon) cuando se realiza sin conciencia y sin límites puede autodestruirnos. ¿Qué poder tenemos sobre la naturaleza? ¿Quién domina un tsunami? ¿Quién controla el volcán chileno Puyehe? ¿Quién frena la furia de las inundaciones en las ciudades serranas de Río? ¿Quién impide el efecto letal de las partículas atómicas de uranio, de cesio y de otros elementos, liberadas por las catástrofes de Chernobyl y de Fukushima? Como dijo Heidegger en su última entrevista a Der Spiegel: «sólo un Dios podrá salvarnos».

Tenemos que aceptarnos como simples criaturas junto con todas las demás de la comunidad de vida. Tenemos el mismo origen común: el polvo de la Tierra. No somos la corona de la creación, sino un eslabón de la corriente de la vida, con una diferencia, la de ser conscientes y con la misión de «guardar y cuidar el jardín del Edén» (Gn 2,15), es decir, de mantener las condiciones de sostenibilidad de todos los ecosistemas que componen la Tierra.

Si partimos de la Biblia para legitimar la dominación de la Tierra, tenemos que volver a ella para aprender a respetarla y a cuidarla. La Tierra generó a todos. Dios ordenó: «Que la Tierra produzca seres vivos, según su especie» (Gn 1,24). Ella, por lo tanto, no es inerte; es generadora, es madre. La alianza de Dios no es solo con los seres humanos. Después del tsunami del diluvio, Dios rehizo la alianza «con nuestra descendencia y con todos los seres vivos» (Gn 9,10). Sin ellos, somos una familia menguada.

La historia muestra que la arrogancia de «ser Dios», sin nunca poder serlo, sólo nos trae desgracias. Bástenos ser simples criaturas con la misión de cuidar y respetar a la Madre Tierra.

La Materia No Existe

La materia no existe. Todo es energía. 

Leonardo Boff

 

Yo soy el Alfa y la Omega

(Apocalipsis 1:8)

 

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  El título de este artículo resulta una obviedad para quien entienda mínimamente la teoría de la relatividad de Einstein, que afirma que materia y energía son equivalentes. La materia es energía altamente condensada que puede ser liberada, como lo mostró lamentablemente la bomba atómica. El camino de la ciencia ha hecho más o menos el siguiente recorrido: de la materia llegó al átomo, del átomo a las partículas subatómicas, de las partículas subatómicas a los «paquetes de onda» energética, de los paquetes de onda a las supercuerdas vibratorias en once dimensiones o más, representadas como música y color. Así un electrón vibra más o menos quinientos billones de veces por segundo. La vibración produce sonido y color. El universo sería, pues, una sinfonía de sonidos y colores. De las supercuerdas se llegó, finalmente, a la energía de fondo, al vacío cuántico.

 

 

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En este contexto, recuerdo siempre una frase dicha por W.Heisenberg, uno de los padres de la mecánica cuántica, en un semestre que dio en la Universidad de Munich en 1968 en el que pude participar, y que todavía suena en mis oídos: «El universo no está hecho de cosas sino de redes de energía vibratoria, emergiendo de algo todavía más profundo y sutil». Por lo tanto, la materia perdió su foco central en favor de la energía que se organiza en campos y redes.

¿Qué es ese «algo más profundo y sutil» de donde emerge todo? Los físicos cuánticos y astrofísicos lo llaman «energía de fondo» o «vacío cuántico», expresión inadecuada porque dice lo contrario de lo que la palabra vacío significa. El vacío cuántico representa la plenitud de todas las posibles energías y sus eventuales densificaciones en los seres. De ahí que hoy se prefiera la expresión pregnant void «vacío preñado» o la «fuente originaria de todo ser». No es algo que pueda ser representado en las categorías convencionales de espacio-tiempo, pues es algo anterior a todo lo que existe, anterior al espacio-tiempo y a las cuatro energías fundamentales, la gravitatoria, la electromagnética, la nuclear fuerte y la débil.

 

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Algunos astrofísicos lo imaginan como una especie de vasto océano, sin márgenes, ilimitado, inefable, indescriptible y misterioso en el cual, como en un útero infinito, están hospedadas todas las posibilidades y virtualidades de ser. De allí emergió, sin que podamos saber cómo ni por qué, aquel puntito extremadamente lleno de energía, inimaginablemente caliente que después explotó (big bang) dando origen a nuestro universo. Nada impide que de aquella energía de fondo hayan surgido otros puntos, gestando también otras singularidades y otros universos paralelos o en otra dimensión.

Con la aparición del universo, irrumpió simultáneamente el espacio-tiempo. El tiempo es el movimiento de la fluctuación de las energías y de la expansión de la materia. El espacio no es el vacío estático dentro del cual todo sucede, sino aquel proceso continuamente abierto que permite que las redes de energía y los seres se manifiesten. La estabilidad de la materia presupone la presencia de una poderosísima energía subyacente que la mantiene en este estado. En realidad, nosotros percibimos la materia como algo sólido porque las vibraciones de la energía son tan rápidas que no alcanzamos a percibirlas con los sentidos corporales. Pero para eso nos ayuda la física cuántica, justamente porque se ocupa de las partículas y de las redes de energía, que nos abren esta visión diferente de la realidad. La energía es y está en todo. Sin energía nada podría subsistir. Como seres conscientes y espirituales, somos una realización complejísima, sutil y extremadamente interactiva de energía.

 

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¿Qué es esa de energía de fondo que se manifiesta bajo tantas formas? No hay ninguna teoría científica que la defina. Además necesitamos de la energía para definir la energía. No hay como escapar de esta redundancia, observada ya por Max Planck.

 

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Esta Energía tal vez sea la mejor metáfora de lo que significa Dios, cuyos nombres pueden variar, pero señalan siempre la misma Energía subyacente. Ya el Tao Te Ching (§ 4) decía lo mismo del Tao: «El Tao es vacío, imposible de colmar, y por eso, inagotable en su acción. En su profundidad reside el origen de todas las cosas y unifica el mundo».

 

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La singularidad del ser humano es poder entrar en contacto consciente con esta Energía. Él puede invocarla, acogerla y percibirla en forma de vida, de irradiación y de entusiasmo.

 

 

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Comunitarismo Cristiano, La Nueva Iglesia

Otro modo de ser Iglesia 

2010-07-30

Leonardo Boff

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  Quien haya leído mi último artículo –Dónde está la verdadera crisis de la Iglesia – puede haber quedado desesperanzado. Analizaba ahí la estructura de poder de la Iglesia, centralizada, piramidal, absolutista y monárquica. Este tipo de poder no favorece el ideal evangélico de igualdad, de fraternidad ni la participación de los fieles. Mas bien cierra las puertas a la participación y al amor. Es que tal tipo de poder, por su naturaleza, necesita ser fuerte y frío. Este modelo de Iglesia-poder se presenta como «la» Iglesia, la Iglesia sin más, y -peor todavía- como querida por Cristo, cuando, como he mostrado, surgió históricamente y es solamente su instancia de animación y dirección, siendo menos del 0,1% de todos los fieles. Por lo tanto, no es toda la Iglesia sino solamente una mínima parte de ella.

Pero la Iglesia-comunidad como fenómeno religioso y movimiento de Jesús es mucho más que la institución. Aquella encuentra otras formas de organización, mucho más próximas al sueño de su Fundador y de sus primeros seguidores. Sabiamente, los obispos brasileros en su reunión anual, celebrada en Brasilia del 4 al13 de enero del presente año, confesaron: «sólo una Iglesia con diferentes modos de vivir la misma fe será capaz de dialogar significativamente con la sociedad contemporánea». Con esto destruyeron la pretensión de una única manera de ser: la de la Tradición del poder. Sin negarla, hay muchas otras maneras: la de la Iglesia de la liberación, la de los carismáticos, la de los religiosos y religiosas, la de la acción católica, hasta la del Opus Dei, la de Comunión y Liberación y la de la Nueva Canción, para nombrar sólo las más conocidas.

Pero hay una forma toda especial y muy promisoria, nacida en los años 50 del siglo pasado en Brasil y que ha adquirido relevancia mundial, pues ha sido asimilada en muchos países: las Comunidades Eclesiales de Bases (CEBs). Los obispos les dedicaron un animador«Mensaje al Pueblo de Dios sobre las CEBs». Curiosamente, ellas surgieron en el momento en que brotó en Brasil una nueva conciencia histórica. En la sociedad: el sujeto popular ansiando más participación política, y en la Iglesia: el sujeto eclesial, ansiando también más participación y corresponsabilidad eclesial. Las CEBs constituyen otro modo de ser Iglesia, cuyo sujeto principal, aunque no exclusivo, son los pobres. Su estilo es comunitario, participativo e insertado en la cultura local. Los servicios son rotativos y la elección, democrática. Articulan continuamente fe y vida, son activas en el campo religioso, creando nuevos servicios y ritos, y activas en el campo social o político, en los sindicatos, en los movimientos sociales como en el MST (Movimiento de los Trabajadores sin Tierra) o en los partidos populares.

No sabemos exactamente cuántas son, pero se calcula unas cien mil comunidades de base en Brasil, involucrando a varios millones de cristianos. Los obispos constatan su alto valor innovador y antisistémico. El mercado eliminó las relaciones de cooperación y solidaridad mientras que en las CEBs se viven relaciones fundadas en la gratuidad, en la lógica del ofrecer-recibir-retribuir. Ellas han asumido la causa ecológica, por eso, se entienden también como CEBs = comunidades ecológicas de base. Han desarrollado una fuerte espiritualidad del cuidado de la vida y de la Madre Tierra. El resultado de todo ellos ha sido más respeto, veneración y cooperación con todo lo que existe y vive.

 Las CEBs muestran cómo la memoria sagrada de Jesús puede recibir otra configuración social, centrada en la comunión, en el amor fraterno y en la alegría de testimoniar la victoria de la vida contra las opresiones. Ese es el significado existencial de la resurrección de Jesús como insurrección contra el tipo de mundo vigente.

Humildemente, los obispos declaran que ellas ayudan a la Iglesia a estar más comprometida con la vida y con el sufrimiento de los pobres. Más aún, interpelan a toda la Iglesia llamándola a la conversión, al compromiso para la transformación del mundo en un mundo de hermanos y hermanas.

Este modo de ser Iglesia puede servir de modelo para la inserción en la cultura contemporánea, urbana y globalizada. Si fuese asumido como inspiración para el proyecto del Papa Benedicto XVI de «reconquistar» Europa, seguramente tendría algún éxito. Podrían verse comunidades de cristianos, intelectuales, obreros, mujeres, jóvenes, viviendo su fe en articulación con los desafíos de sus situaciones existenciales. No pretenderían tener el monopolio de la verdad y del camino cierto, pero se asociarían a todos los que buscan seriamente un nuevo lenguaje religioso y un nuevo horizonte de esperanza para la humanidad.

Hacia el Nuevo Paradigma

Cómo hacer la transición del viejo al nuevo paradigma

 

 

La solución para la crisis del sistema capitalista no puede venir del propio sistema que la ha provocado.
La solución para la crisis del sistema capitalista no puede venir del propio sistema que la ha provocado.

Damos ya por realizada la demolición crítica del sistema de consumo y de producción capitalista junto con la cultura materialista que lo acompaña. O lo superamos históricamente o pondrá en gran riesgo a la especie humana.

La solución para la crisis no puede venir del propio sistema que la ha provocado. Como decía Einstein: «el pensamiento que creó el problema no puede ser el mismo que lo solucionará». Estamos obligados a pensar diferente si queremos tener futuro para nosotros y para la biosfera. Por más que se agraven las crisis, como en la zona euro, la voracidad especulativa no remite.

Lo dramático de nuestra situación reside en el hecho de que no tenemos ninguna alternativa suficientemente vigorosa y elaborada que venga a sustituir el sistema actual. No por eso debemos desistir del sueño de otro mundo posible y necesario. La sensación que vivenciamos ha sido bien expresada por el pensador italiano Antonio Gramsci: «lo viejo se resiste a morir y lo nuevo no consigue nacer».

Pero por todas partes en el mundo hay una amplia siembra de alternativas, de estilos nuevos de convivencia, de formas diferentes de producción y de consumo. Se proyectan sueños de otro tipo de geosociedad, poniendo en actividad a muchos grupos y movimientos, con la esperanza de que algo nuevo podrá brotar desde dentro del viejo sistema en erosión. Este movimiento mundial gana visibilidad en los Foros Sociales Mundiales y recientemente en la Cúpula de los Pueblos por los derechos de la Madre Tierra, realizada en abril de 2010 en Cochabamba (Bolivia).

La historia no es lineal. Se hace por rupturas provocadas por la acumulación de energías, de ideas y de proyectos que en un momento dado introducen una ruptura y entonces lo nuevo irrumpe con vigor suficiente para alcanzar hegemonía sobre todas las otras fuerzas. Se instaura entonces otro tiempo y una nueva historia comienza. La solución para la crisis no puede venir del propio sistema que la ha provocado.

Como decía Einstein: «el pensamiento que creó el problema no puede ser el mismo que lo solucionará».

Mientras esto no suceda, tenemos que ser realistas. Por una parte, debemos buscar alternativas para no quedar rehenes del viejo sistema, y por la otra, estamos obligados a estar dentro de él, a seguir produciendo, no obstante las contradicciones, para atender las demandas humanas. En caso contrario, no evitaríamos un colapso colectivo con efectos dramáticos.

Debemos, por lo tanto, andar sobre las dos piernas: una apoyada en el suelo del viejo sistema y la otra, en el suelo nuevo, dando énfasis a este último. El gran desafío es cómo procesar la transición entre un sistema consumista que estresa a la naturaleza y sacrifica a las personas y un sistema de sostenimiento de toda vida en armonía con la Madre Tierra, con respeto a los límites de cada ecosistema y con una distribución equitativa de los bienes naturales e industriales que hemos producido. Intercambiando ideas en Cochabamba con el conocido sociólogo belga François Houtart, uno de los buenos observadores de las actuales transformaciones, convergimos en estos puntos para la transición de lo viejo a lo nuevo.

Nuestros países del Sur deben en primer lugar luchar, aun dentro del sistema vigente, por normas ecológicas y regulaciones que preserven lo más posible los bienes y los servicios naturales o traten su utilización de forma socialmente responsable.

En segundo lugar, los países del gran Sur, especialmente Brasil, no deben aceptar ser reducidos a meros exportadores de materias primas, sino incorporar tecnologías que den valor añadido a sus productos, crear innovaciones tecnológicas y orientar su economía hacia el mercado interno.

En tercer lugar, que exijan a los países importadores que contaminen lo menos posible y que contribuyan financieramente a la preservación y regeneración ecológica de los bienes naturales que importan.

En cuarto lugar, que consigan una legislación ambiental internacional más rigurosa para los que menos respetan los preceptos de una producción ecológicamente sostenible, socialmente justa, los que relajan la adaptación y la mitigación de los efectos del calentamiento global e introducen medidas proteccionistas en sus economías.

Lo más importante de todo, sin embargo, es formar una coalición de fuerzas a partir de gobiernos, instituciones, iglesias, centros de investigación y de pensamiento, movimientos sociales, ONGs y todo tipo de personas en torno a valores y principios colectivamente compartidos, bien expresados en la Carta de la Tierra, en la Declaración de los Derechos de la Madre Tierra o en la Declaración Universal del Bien Común de la Tierra y de la Humanidad (texto básico del incipiente proyecto de reinvención de la ONU) y en el Vivir Bien de las culturas originarias de las Américas.

De estos valores y principios se espera la creación de instituciones globales y, quien sabe, la organización de una gobernanza planetaria que tenga como propósito preservar la integridad y vitalidad de la Madre Tierra, garantizar las condiciones del sistema-vida, erradicar el hambre y las enfermedades prevenibles, y forjar las condiciones para una paz duradera entre los pueblos y con la Madre Tierra.

Leonardo Boff es Teólogo de la Liberación.